Bebo té para calentarme las manos
y las tripas.
Me duelen partes del cuerpo que no sabía que existían.
La habitación huele a hierbabuena y a vainilla
y a cansancio.
Ahora escucho a un polaco hablando de enseñanza,
aprendizaje,
métodos.
Y yo me toco la tripa y pienso en la maternidad.
En esa vida que no crece.
Me obsesiono.
Veo mis manos,
rajadas y sangrando sobre mi estómago,
protegiendo lo que no existe,
lo que quizá nunca exista.
Sobrevivo a cuatro horas de clase con cruasanes y Baricco.
Bostezo y los ojos me lloran de sueño,
no sé qué le pasa a este cuerpo mío
que hace años que no descansa.
Algo debí hacerle a Morfeo
para que ahora me trate así.