sábado, 30 de enero de 2016

Esta madrugada.



Me preguntas qué me pasó para ser así. 
Lo preguntas siempre, curioso, esperando una respuesta increíble, digna de novela.
Y siempre te contesto lo mismo: aprendí que todo duele demasiado.
Y veo tus ojos decepcionados, sé que esperabas más. Siempre quieres saber más.
Pero, después, te digo que algún día te contaré qué pasó.
Y en el fondo ambos sabemos que nunca te lo contaré todo.
Nunca te contaré que me rompí en mil partes,
que cada parte salió disparada a cada punta del mundo,
que no podré reconstruirme del todo nunca.
Hay heridas que es imposible curar,
por eso tengo cicatrices que sangran de vez en cuando.
Una llamada de atención a mi corazón:
ten cuidado,
siempre.
A veces, cuando insistes, te digo:
hay penas que no se cuentan, que no se explican;
hay penas que se guardan dentro y se lloran en silencio.
Y tú vuelves a insistir, qué pasó.

“Lo que pasa siempre, la vida.”

sábado, 2 de enero de 2016

Intento de extirpar miedos. Parte I.

Leo a Pizarnik, a Woolf, a Luna Miguel, a De Vigan, a Nothomb...
¿Y si nunca llego a ser como ellas? ¿Y si nunca consigo que alguien se deshaga en lágrimas con mis letras?
Me asusta ser tan pequeña que acabe desapareciendo.
¿Y si me pierdo?
En un mundo tan grande, ¿y si la voz no me sale del pecho y acabo desapareciendo?
Y si.
Y si el mundo se acaba mañana qué, ¿eh?
Eso dice mi padre.
¿Y si el mundo acaba mañana? Desapareceríamos.
Desaparecería.

Pero mañana amanecerá y yo seguiré aquí.
¿Y si me perdono a mí misma? ¿Y si me perdono por no haberme querido lo suficiente, por haberme creído inferior siempre?
Creo que voy a empezar por ahí. Me perdono.

viernes, 1 de enero de 2016

Siempre llego tarde, pero llego.



Miro mi cuerpo y hago balance.
Doce meses son muchos meses para dejar cicatriz en un metro sesenta y nueve.
Un metro sesenta y nueve. Cuarenta y siete kilos.
Es curioso cómo un cuerpo tan pequeño puede recibir tantos golpes.
Uno detrás de otro.
Y cuando caes, vuelve a empezar.
Ese ha sido 2015: un golpe detrás de otro.
Y yo he permanecido ahí, de pie, recibiendo sin defenderme.
Uno detrás de otro, poniendo la otra mejilla.
Y después de tantos golpes, solo queda una marca.
Una marca que no se borra, que no se cura.
Sobrevivir cansa, nunca hay tregua.
Pero eso no significa que vaya a dejar de intentarlo, ¿no?

Feliz cambio.