La abuela duerme
mucho, mucho.
A mediodía
me agarro a sus manos
y llegamos a la cocina,
pasito a pasito.
Sentada frente al plato
la abuela no recuerda cómo abrir la boca,
cómo masticar,
cómo tragar.
Y con cada cucharada
yo se lo recuerdo.
La abuela termina
y el beso le llega con felicitación:
¡eres una campeona!
Los ojos ausentes me lo recuerdan:
la abuela es ahora una niña.