miércoles, 31 de mayo de 2017

aprender.

La abuela pasó hambre
mucha, mucha.
Y ella nos pedía que comiéramos
más, más.
No entendíamos que la abuela
había vivido la guerra.
No entendíamos que hay cosas
que nunca se olvidan.

Nunca, nunca.

domingo, 8 de enero de 2017

Abuela.

La abuela duerme
mucho, mucho.
A mediodía
me agarro a sus manos
y llegamos a la cocina,
pasito a pasito.
Sentada frente al plato
la abuela no recuerda cómo abrir la boca,
cómo masticar,
cómo tragar.
Y con cada cucharada
yo se lo recuerdo.

La abuela termina
y el beso le llega con felicitación:
¡eres una campeona!

Los ojos ausentes me lo recuerdan:
la abuela es ahora una niña.

sábado, 15 de octubre de 2016

Sobre sobrevivir.

A veces, cuando me quedo desnuda frente a un espejo, acaricio los tatuajes. Toco la golondrina y trato de pensar en mí, a los diecisiete años. Me veo sentada en esa incómoda silla, mientras mi tía me preguntaba si dolía. La aguja no dolía. El dolor venía de otra parte. Pero no se lo dije, claro, nunca lo hacía (y sigo sin hacerlo).
Poco después, a los diecinueve, un tatuador simpático estampó «sobrevivir cansa» en la muñeca derecha. Aquello no dolió, ni por fuera ni por dentro. Iba a estallar de felicidad. Luego llegó la noche y pensé que me moría. La falta de aire, la presión del pecho, me ahogo.
Pero no me ahogué. Ninguna de las veces que sentí que me faltaba el aire me rendí. Todo pasa, dice mi madre. Aquello pasó y yo sobreviví, lo hago cada día.
La gracia de vivir es levantarse después de cada hostia, ¿no?

sábado, 1 de octubre de 2016

Hay un hombre que llora.

Un hombre sostiene mi mano entre las suyas con fuerza, no quiere que me vaya.
Un hombre llora: tiene miedo, sufre.
Un hombre me pide que no me aleje de su lado, que le aterran las pesadillas.
Un hombre grita en sueños, se ahoga.
Un hombre llama a su hija muerta: la echa de menos.
Un hombre me dice que está perdiendo la cabeza, que ya no se acuerda de nada.
Un hombre ha perdido recuerdos pero aún me llama por mi nombre.

Este hombre me parte el corazón cuando, entre lágrimas, me pide que no lo deje solo, que siente que se muere.

Este hombre es mi abuelo y sus dedos siguen aferrados a los míos.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nunca estaré preparada.

El tiempo pasa y yo no avanzo.
¿Estoy anclada?
Al miedo, a la rutina,
a esta cama que me esconde del mundo.

Abrazo a mamá como a un salvavidas:
deja que me quede aquí, junto a ti,
ayúdame a olvidar las responsabilidades.

El eterno temor a huir del hogar,
de los brazos que me protegen,
de las infusiones que calientan estómagos.

Cierro la maleta llena de preocupaciones,
de «que pasa si»,
de «y si no soy capaz de aguantar»,
de «no soy suficiente».

Me aferro con fuerza a mamá:
nunca estaré preparada.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Un mar rojo.

El dolor atraviesa mi vientre
y siento algo romperse.
Las 20:48: me desangro.

De mi cuerpo brota la sangre,
también los miedos,
las preocupaciones.

Me desprendo de aquello que no quiero,
que ya sobra.

Mi cuerpo es un bosque:
lo atraviesa un río carmesí,
lo habitan mil sentimientos.

Un bosque que quizá un día desaparezca
pero que hoy,
ahora,
florece lleno de vida.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Llorar no ayuda pero.

Lloro. Lloro continuamente, por todo. Lloré ayer al salir del hospital porque por primera vez vi que mi abuelo estaba demasiado abuelo. Lloré la semana pasada cuando acabé un libro -hoy me ha vuelto a pasar. Lloré con una película de Sorrentino. Lloré escuchando a Janis Joplin una mañana cualquiera mientras fregaba los platos. Lloré cuando le pregunté a mi abuela, que tiene demencia, si me quería y dijo que sí, que muchísimo. Lloro cuando mi madre llega cansada y apenas puede mantenerse en pie. Lloré en una exposición de Louise Bourgeois. Lloré por dentro la primera vez que vi el Guernica porque no quería que se rieran de mí. Lloré con «Tokio Blues». Y todas las veces que he vuelto a leerlo. Lloré con una canción de Eddie Vedder. Y con películas que me recuerdan a alguien. He llorado en las escaleras de casa, cuando ella no podía verme.
Lloro porque no cura
pero ayuda.
Las lágrimas no borran el dolor,
no aumentan las alegría,
no espantan el miedo.
La emoción me hace llorar
y no pienso renunciar a ella.