sábado, 15 de octubre de 2016

Sobre sobrevivir.

A veces, cuando me quedo desnuda frente a un espejo, acaricio los tatuajes. Toco la golondrina y trato de pensar en mí, a los diecisiete años. Me veo sentada en esa incómoda silla, mientras mi tía me preguntaba si dolía. La aguja no dolía. El dolor venía de otra parte. Pero no se lo dije, claro, nunca lo hacía (y sigo sin hacerlo).
Poco después, a los diecinueve, un tatuador simpático estampó «sobrevivir cansa» en la muñeca derecha. Aquello no dolió, ni por fuera ni por dentro. Iba a estallar de felicidad. Luego llegó la noche y pensé que me moría. La falta de aire, la presión del pecho, me ahogo.
Pero no me ahogué. Ninguna de las veces que sentí que me faltaba el aire me rendí. Todo pasa, dice mi madre. Aquello pasó y yo sobreviví, lo hago cada día.
La gracia de vivir es levantarse después de cada hostia, ¿no?

sábado, 1 de octubre de 2016

Hay un hombre que llora.

Un hombre sostiene mi mano entre las suyas con fuerza, no quiere que me vaya.
Un hombre llora: tiene miedo, sufre.
Un hombre me pide que no me aleje de su lado, que le aterran las pesadillas.
Un hombre grita en sueños, se ahoga.
Un hombre llama a su hija muerta: la echa de menos.
Un hombre me dice que está perdiendo la cabeza, que ya no se acuerda de nada.
Un hombre ha perdido recuerdos pero aún me llama por mi nombre.

Este hombre me parte el corazón cuando, entre lágrimas, me pide que no lo deje solo, que siente que se muere.

Este hombre es mi abuelo y sus dedos siguen aferrados a los míos.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nunca estaré preparada.

El tiempo pasa y yo no avanzo.
¿Estoy anclada?
Al miedo, a la rutina,
a esta cama que me esconde del mundo.

Abrazo a mamá como a un salvavidas:
deja que me quede aquí, junto a ti,
ayúdame a olvidar las responsabilidades.

El eterno temor a huir del hogar,
de los brazos que me protegen,
de las infusiones que calientan estómagos.

Cierro la maleta llena de preocupaciones,
de «que pasa si»,
de «y si no soy capaz de aguantar»,
de «no soy suficiente».

Me aferro con fuerza a mamá:
nunca estaré preparada.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Un mar rojo.

El dolor atraviesa mi vientre
y siento algo romperse.
Las 20:48: me desangro.

De mi cuerpo brota la sangre,
también los miedos,
las preocupaciones.

Me desprendo de aquello que no quiero,
que ya sobra.

Mi cuerpo es un bosque:
lo atraviesa un río carmesí,
lo habitan mil sentimientos.

Un bosque que quizá un día desaparezca
pero que hoy,
ahora,
florece lleno de vida.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Llorar no ayuda pero.

Lloro. Lloro continuamente, por todo. Lloré ayer al salir del hospital porque por primera vez vi que mi abuelo estaba demasiado abuelo. Lloré la semana pasada cuando acabé un libro -hoy me ha vuelto a pasar. Lloré con una película de Sorrentino. Lloré escuchando a Janis Joplin una mañana cualquiera mientras fregaba los platos. Lloré cuando le pregunté a mi abuela, que tiene demencia, si me quería y dijo que sí, que muchísimo. Lloro cuando mi madre llega cansada y apenas puede mantenerse en pie. Lloré en una exposición de Louise Bourgeois. Lloré por dentro la primera vez que vi el Guernica porque no quería que se rieran de mí. Lloré con «Tokio Blues». Y todas las veces que he vuelto a leerlo. Lloré con una canción de Eddie Vedder. Y con películas que me recuerdan a alguien. He llorado en las escaleras de casa, cuando ella no podía verme.
Lloro porque no cura
pero ayuda.
Las lágrimas no borran el dolor,
no aumentan las alegría,
no espantan el miedo.
La emoción me hace llorar
y no pienso renunciar a ella.

viernes, 26 de agosto de 2016

Lo estás haciendo bien.

Arranca, me da igual a donde vayas, me voy contigo. ¿Puedo subir el volumen? Me encanta esta canción. Ve por la playa, echo de menos el mar, hace tres días que no lo veo. ¿Te dije qué me pasó ayer? Me dormí con las gafas puestas y el libro abierto sobre el pecho. Por la mañana me dolía todo. ¿Qué fue lo último que leíste? «Cien años de soledad» me está encantando. ¿Te acuerdas de cuando era pequeña y cada año subíamos a la sierra para ver la nieve? Lo echo de menos. Estos años han pasado tantas cosas que ya no tenemos tiempo para pararnos y disfrutar. Te noto cansado, papá. ¿Hace cuánto no descansas de verdad? Todo es demasiado, parece que los problemas nunca dejan de aparecer. Ojalá pudiera cambiar las cosas, ojalá pudiera hacer algo. Nos peleamos mucho últimamente; es el cansancio y mi adolescencia tardía. No me hagas mucho caso y perdóname. Aunque tú también eres demasiado terco. Supongo que en eso nos parecemos mucho. Dice mamá que somos iguales. Creo que tiene razón. Estoy orgullosa de ti, papá. Lo estás haciendo bien, de verdad.

sábado, 6 de agosto de 2016

Otra vez agosto.

Otra vez agosto.
Otra vez hospital.
Otra vez un médico distinto.
Otra vez las mismas preguntas:
qué te duele,
dónde te duele,
por qué te duele,
cuándo te duele,
¿tanto te duele?
Otra vez pregunto qué puedo tomar:
¿hay algo para este dolor?
Otra vez no saben, no contestan.
Otra vez miro a mamá:
odio la enfermedad.
Otra vez miro al doctor de turno:
odio mi fragilidad.
Odio no saber qué me pasa,
odio haber envejecido tan pronto.
Otra vez "vuelve el año que viene".

Ya odio el agosto que viene.

jueves, 14 de abril de 2016

Mujeres.

Madrugo aunque no hace falta.
Espero, atenta,
solo con un ojo abierto,
a que suene el despertador.
El día no empieza hasta que
mis pies
no pisan el suelo.


Me siento en la única mesa que queda libre.
Llego tarde y la cafetería está llena.
Las tartas vuelan a mi alrededor y
frente a mí
un cuadro de Frida Kahlo.
A veces tengo la sensación
de que mis mujeres me siguen allá donde voy,
como protegiéndome.


Me voy de Granada,
cargada de libros y con la promesa de que
durante estos días
la voy a echar mucho
mucho
de menos.


Galeano me susurra historias de mujeres.
Mujeres increíbles que lucharon
y luchan
y seguirán luchando.
El sueño me vence pero sé
que por la mañana
mis mujeres seguirán en la mesita de noche
contándome historias.

Nos vemos el domingo, Hogar.

domingo, 20 de marzo de 2016

Crónica de un domingo cualquiera.

6:17 a.m.

Abro los ojos porque la sed no me deja dormir.
Siento arena en la garganta,
sangre en los labios.

El agua calma el dolor y me despierta.
Me escondo entre las sábanas con Nothomb,
todo en silencio,
nadie en la calle.

12:42 p.m.

El amor de un perro de diez meses es violento.
Muerde, araña, salta sobre mi cuerpo,
juega a morderme el pelo.

El amor de una perra salvada es tierno.
Se acerca con tranquilidad,
sabe que le esperan caricias y palabras dulces.

El amor de esos seres es puro,
inocente, infinito.

13:08 p.m.

La pregunta de siempre:
¿por qué no crees?
Miro esa biblia que tienen sobre la mesa,
hay un insecto sobre ella.

No creo en lo que no existe,
no puedo.

Llega el movimiento de cabeza,
con él confirma mi ignorancia.
Pobre ilusa, piensa.

16:47 p.m.

La primavera se cuela en cada habitación,
la luz lo llena todo.

Me ducho con la ventana abierta,
veo a la gente pasar.
No me ven,
no me oyen.

El agua cae y la luz entra por la persiana,
huele a flores,
La Fuga suena en otra habitación.

17:03 p.m.

«Es menos peligroso estar solo
que cerca de ti».



sábado, 13 de febrero de 2016

Perdonadme, por favor.

Hay personas preocupadas
por mi delgadez
por mis ojeras
por mi salud.

He venido a disculparme.

Perdonadme porque a veces
los nervios me consumen
y mi cuerpo lo paga.
Perdonadme porque los huesos
se me clavan en la piel
y eso parece molestaros.
Perdonadme porque los problemas
muchas veces
me quitan el sueño y me crecen las ojeras.
Perdonadme porque mi cuerpo es frágil
y mi salud débil.
Perdonadme porque estoy más preocupada
por sobrevivir,
por cumplir sueños,
que por cuidar mi aspecto.
Perdonadme si alguna mañana
pierdo el tiempo leyendo
en lugar de utilizarlo para maquillarme
y estar más "guapa".

Pero, sobre todo, perdonadme porque
vuestra opinión y vuestra preocupación
-porque sí, vamos a llamarlo así-
no me importe nada.

'Disculpad mi osadía.'

domingo, 7 de febrero de 2016

Intento de extirpar miedos. Parte II.



Tengo miedo de la enfermedad,
de consumirme,
de ver cómo mi cuerpo se deshace.
Temo el cáncer,
la demencia,
la depresión.
Temo aquello con lo que he convivido,
 lo que aún es mi día a día.
Me asusta la idea de no saber quién soy
o quién eres tú.
Me aterra que alguien me agarre la mano
y no reconozca su tacto.
Tengo pesadillas
con la idea de ver cómo mi cuerpo
pierde las ganas.

He visto a alguien luchar
contra algo que,
hagas lo que hagas,
va a acabar contigo.

Hace tiempo ya
que me despedí de alguien que luchó siempre
pero que,
en el último momento,
se dejó ir.
Vi su cuerpo allí,
tumbado y débil
tratando de respirar,
y lo supe.
Supe que ella ya se había ido,
que no había aguantado seguir,
que aquella lucha se le había quedado grande.

Y yo,
a mis casi veinte,
lloro de desesperación
por no saber si seré capaz de luchar algún día.
Y sin embargo,
sé que haré como ella:
lucharé hasta que vea que no tiene sentido seguir,
y aún así lo intentaré un poco más.

Por ella.

miércoles, 3 de febrero de 2016

No te preocupes.

Mamá me mira y mueve la cabeza.
Eres demasiado pasional, me dice.
Veo las palabras salir de sus labios,
veo las arrugas de su piel moverse:
no es algo bueno.
Qué tiene de malo, pregunto.
Y sé la respuesta antes de escucharla:
no siempre saldrás bien parada.
Sonrío y esta vez soy yo la que mueve la cabeza.
Nunca salgo bien parada, mamá.
Sentir con cada parte de tu cuerpo
implica romperse en mil pedazos,
una y otra vez.
Y otra,
y otra.
Y una vez que te han roto en mil pedazos
toca coger cada trozo y volver a empezar.
Pero siempre queda alguna parte por el camino,
nunca sobrevivo completa.

sábado, 30 de enero de 2016

Esta madrugada.



Me preguntas qué me pasó para ser así. 
Lo preguntas siempre, curioso, esperando una respuesta increíble, digna de novela.
Y siempre te contesto lo mismo: aprendí que todo duele demasiado.
Y veo tus ojos decepcionados, sé que esperabas más. Siempre quieres saber más.
Pero, después, te digo que algún día te contaré qué pasó.
Y en el fondo ambos sabemos que nunca te lo contaré todo.
Nunca te contaré que me rompí en mil partes,
que cada parte salió disparada a cada punta del mundo,
que no podré reconstruirme del todo nunca.
Hay heridas que es imposible curar,
por eso tengo cicatrices que sangran de vez en cuando.
Una llamada de atención a mi corazón:
ten cuidado,
siempre.
A veces, cuando insistes, te digo:
hay penas que no se cuentan, que no se explican;
hay penas que se guardan dentro y se lloran en silencio.
Y tú vuelves a insistir, qué pasó.

“Lo que pasa siempre, la vida.”

sábado, 2 de enero de 2016

Intento de extirpar miedos. Parte I.

Leo a Pizarnik, a Woolf, a Luna Miguel, a De Vigan, a Nothomb...
¿Y si nunca llego a ser como ellas? ¿Y si nunca consigo que alguien se deshaga en lágrimas con mis letras?
Me asusta ser tan pequeña que acabe desapareciendo.
¿Y si me pierdo?
En un mundo tan grande, ¿y si la voz no me sale del pecho y acabo desapareciendo?
Y si.
Y si el mundo se acaba mañana qué, ¿eh?
Eso dice mi padre.
¿Y si el mundo acaba mañana? Desapareceríamos.
Desaparecería.

Pero mañana amanecerá y yo seguiré aquí.
¿Y si me perdono a mí misma? ¿Y si me perdono por no haberme querido lo suficiente, por haberme creído inferior siempre?
Creo que voy a empezar por ahí. Me perdono.

viernes, 1 de enero de 2016

Siempre llego tarde, pero llego.



Miro mi cuerpo y hago balance.
Doce meses son muchos meses para dejar cicatriz en un metro sesenta y nueve.
Un metro sesenta y nueve. Cuarenta y siete kilos.
Es curioso cómo un cuerpo tan pequeño puede recibir tantos golpes.
Uno detrás de otro.
Y cuando caes, vuelve a empezar.
Ese ha sido 2015: un golpe detrás de otro.
Y yo he permanecido ahí, de pie, recibiendo sin defenderme.
Uno detrás de otro, poniendo la otra mejilla.
Y después de tantos golpes, solo queda una marca.
Una marca que no se borra, que no se cura.
Sobrevivir cansa, nunca hay tregua.
Pero eso no significa que vaya a dejar de intentarlo, ¿no?

Feliz cambio.